Creo que
vivimos una época de falta de vocaciones, donde muchas veces prima el encontrar
un trabajo, el que sea, por encima de todo, llegando a ser menos complicado que
otros objetivos meramente profesionales. Frente a esto, hay montones de
maestros entregados de verdad y de aspirantes de maestros que, como yo, ya lo
son sin todavía serlo.
En mi caso,
como muchos otros profesores o aspirantes a serlo, considero que muchas de las
cualidades y características personales que nos llevaron en su día, a emprender
este sueño tan bello como sacrificado y sincero, deberían ser tenidas en cuenta
a la hora de catalogar a un buen maestro.
Independientemente,
de una cualificación y preparación profesional, el maestro debería acercarse a
un perfil personal, siendo éste, fundamental especialmente cuando los educandos
van a ser niños.
En primer
lugar, si me planteo el papel del maestro, incluso desde su primer encuentro
con los que van a ser sus alumnos, éste ha de ser cordial, cercano y lo más
simpático posible. El maestro, tiene conseguir a través de su trato que los
pequeños no tengan miedo a preguntarle o pedirle consejo cuando sea necesario,tiene ante todo, que disfrutar con su trabajo, es importante que transmita a los niños lo bien que pueden sentirse descubriendo cosas nuevas, que les estimule a descubrir por si mismos el mundo que les rodea.
Aún
acercándonos mucho a un rasgo profesional, yo hablaría de vocación. El profesional,
debe mostrar entusiasmo en su quehacer diario, dado que su materia de trabajo
es lo más sensible del mundo, los niños. Si un maestro tiene vocación, su
profesión le entusiasmará y se entregará al máximo, por lo tanto, la paciencia
no será algo que tenga que forzar artificialmente, ya que estará cumpliendo una
función que le llena.
Los buenos
maestros son los que hacen las buenas escuelas, ya que evidentemente, una única
escuela no se puede adaptar a la diversidad de los niños, sino que son los
propios niños y profesores lo que crean la identidad de la escuela.
No obstante,
si tuviera que definir mi escuela ideal apostaría por un centro pequeño,
acogedor, distendido y de confianza, puesto que a partir de vínculos afectivos
se promueven relaciones sinceras que ayudan a un buen funcionamiento del
proceso de enseñanza-aprendizaje.
En mi opinión,
el modelo de escuela ideal debe basarse en un principio muy sencillo: una
escuela que debe operar siempre teniendo en cuenta lo que es más beneficioso
para sus alumnos. Los entornos educativos, deben ser seguros y saludables,
proteger a los niños y niñas, contar con profesores cualificados, materiales
adecuados y reunir unas condiciones físicas, emocionales y sociales que
fomenten el aprendizaje.
En definitiva,
los niños y niñas deben ser escuchados y sus derechos protegidos. Los entornos
de aprendizaje deben ser un espacio donde los pequeños puedan aprender y
crecer, y donde reine un respeto innato por su persona y sus distintas
necesidades, es decir, la escuela perfecta debe promover la inclusión, la
preocupación por las cuestiones de género, la tolerancia, la dignidad y por
supuesto la potenciación de la autonomía de cada individuo.
Ahora, os dejo un vídeo relacionado con las expectativas que se debería marcar un buen maestro.
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