Si me planteo
el significado de innovación o intento buscar una definición aceptada, puedo
decir que los argumentos que tengo al alcance suelen ser bastante ambiguos, ya
que existe la parte innovadora que está relacionada con la profesionalidad de
un individuo concreto y la creatividad que arraiga consigo, y la innovación en
sí, que intenta aplicar un centro y todo el equipo educativo que ejerce su sistema
educativo.
Si analizo la
lectura de “La aventura de innovar”, encuentro respuestas muy similares a las
creencias que yo tengo sobre la innovación dentro de las culturas de las
escuelas. Una idea clara y que defiendo con exactitud, es que dicho aspecto
arrastra una intencionalidad que va encaminada tanto a la mejora de las
didácticas profesionales como a la enseñanza que adquieren los pequeños.
La innovación
va más allá del enriquecimiento educativo, hace crecer a las personas, alimenta
los conocimientos de quienes apoyan esta “perspectiva” tan constructiva, regula
comportamientos, fortalece vínculos afectivos, potencia estrategias de
enseñanza que permiten que los aprendizajes sean más efectivos, además de
combatir constantemente desacuerdos que como bien sabemos aparecen en cada una
de las prácticas aplicadas.
Como he
comentado en la mayoría de mis entradas “el camino se hace al andar”, por lo
tanto las experiencias personales toman gran relevancia y son el punto de
partida para corromper aquellas metodologías que siguen la linealidad de una
enseñanza tradicional y que se adaptan al currículo que siempre establecido.
En mi
opinión, antes de que llegue la
innovación debemos toparnos con personas que deseen la innovación, por esta
razón, únicamente se vence un cambio en la escuela si dentro de ella deambulan
profesores o trabajadores especializados que tengan ganas y la fuerza
suficiente para implantar actividades que deshagan actitudes rutinarias que
acomodan al profesorado.
La motivación
intrínseca de cada uno de los participantes, juega aquí también un papel
importante, dado que si esta no existe será difícil atraer relaciones
significativas que trabajen apostando por un mismo objetivo y luchen por
renovar aquellos aspectos que impiden que este sea consolidado.
Lamentablemente,
este no es el único factor que impide que la innovación no se produzca, ya que
entre la mayoría de las personas como regla general, suele prevalecer el ego y su individualismo
egocéntrico que no deja que fluya el trabajo en equipo, sino más bien trata de
implantar una práctica encaminada a defender aquellos valores que definen de
forma implícita su propio juicio.
En la misma
línea, los contratiempos cotidianos que aparecen en los centros deterioran
dicha innovación y afectan directamente
en las actitudes que la mayoría de los profesores muestran ante ellos. Si somos
objetivos, no todo el mundo está abierto a los cambios, dicha evolución genera
implicación por su parte y la verdad es, que en contraposición la monotonía y
las pocas ganas de adaptarse a lo nuevo frenan por completo conductas innovadoras que incluirían nuevos
roles de enseñanza.
No obstante,
no debemos generalizar, puesto que en ocasiones la influencia viene dada por la
burocracia de los centros y las reformas que yacen adheridas. Ante esto, agregar que solamente se podrá
lidiar con ello si las personas que están al frente luchan por conseguir un
futuro mejor, un futuro que vea la educación como los cimientos de nuestra
región la cual debe ser conquistada por
nuestras generaciones venideras.
Desde mi punto
de vista, remarcar, que estamos en una sociedad que vive constantemente cambios,
los cuales afectan a las escuelas y a los profesores que ejercen en ellas. Esta
dictadura provoca discrepancias educativas y empaña el clima de enseñanza que
se necesita para que los centros sean más democráticos y se establezcan
ambientes de enseñanza más distendidos y de confianza.
Si rescato la
lectura “Innovación en la enseñanza: como mejora de los procesos y resultados
de los aprendizajes”, puedo decir que me ha llamado mucho la atención la forma
en que el autor describe dicho termino, ya que lo cataloga como un
adjetivo. Nos expone, que un profesor
por el hecho de que no innove no se
tiene que etiquetar como incompetente, dado que hay gran variedad de formas de trasmitir conocimientos y la
innovación no es un requisito sino un complemento del trabajo que se pone en
marcha. Si un profesor cree en su labor y lo sabe desarrollar eficazmente, probablemente
no quiera arriesgarse a introducir alternativas que no se siente capacitado
para desarrollarlas con éxito.
Esta pequeña
reflexión, me ha servido para darme cuenta que muchas veces he juzgado a
maestros desde el desconocimiento, sin ser consciente de que ser innovador es
un atributo añadido que no cualifica si dicha persona es un buen o mal
profesor, sin centrarme en que lo verdaderamente importante sería la mejora de
la enseñanza.
Retractándome
de este pensamiento, creo firmemente que si tanto alumnos como profesores
reflexionaran sobre este aspecto, muchas de las contraposiciones cambiarían,
dado que aquellos que se benefician de esta virtud enriquecerían la práctica y ayudarían
a aquellos profesores que por defecto no la tienen pero que a mi parecer están
igual de cualificados.
Finalmente
añadir, que veo la innovación como una esperanza de vida dentro de la cultura
escolar, un espíritu creativo que regaría los conocimientos de los
profesionales, una herramienta pedagógica que alimentaría las ganas de aprender
de los alumnos y como no, un arma de doble filo que acabaría con la monotonía de los sistemas
educativos y obviamente con la acomodación de muchos maestros.